Muchos habrán oído hablar de la obra de teatro “Esperando a
Godot” escrita por Samuel Beckett en la década del 50.
Hace tres semanas atrás, mi colegio llevó a todos los cursos al Cine Arte Normandie, a ver una obra titulada “Esperando a Godoy”. Me bastó
un par de minutos para entender que era una parodia al montaje de Beckett.
Básicamente la obra era débil, se percibía que fue escrita para adaptarse al
público, que en este caso fue una audiencia adolescente, es decir, que sus
diálogos rondaban en temas como la vocación, los problemas paternales y las
interrogantes sobre el futuro. Los
diálogos de la función eran simples, no hubo profundidad en el clímax y el
remate del discurso final fue bastante pobre. La crítica va también en algo
mucho más externo como el por qué de la insistencia de llevar a los alumnos a ver esta
clase de obras en las salidas pedagógicas. No es la primera vez ni la última,
en que los contenidos como la sexualidad, la vocación, la PSU y los problemas amorosos se ven exhibidos exclusivamente para el
público juvenil.
Los colegios siempre eligen este tipo de presentaciones con
el pretexto de que es la única manera que los jóvenes pueden interesarse en el
teatro, pero los aleja mucho más de la expresión teatral. Una respuesta posible es el miedo de las escuelas de que los
alumnos se aburran y falten el respeto en la sala, sin arriesgarse a que
los estudiantes puedan ver una obra de teatro sin las lecciones protocolares.
Este tipo de montajes esperan contextualizar el mundo adolescente, por supuesto en una visión generalizada, en la espera de una mejor recepción y atención de sus espectadores. El problema es que muchos de ellos van al teatro únicamente en salidas pauteadas por los colegios, entonces si van a cobrar por una obra plagada de lecciones para el futuro, sería mejor realizar una clase enfocada en eso, ya que existen miles de funciones, de variados géneros, en las cuales los alumnos podrían sorprenderse e indagar por las diferentes ramas que tiene el arte de la representación.