sábado, 3 de junio de 2017

El cepillo de dientes (Crítica)


En el fondo, nadie quiere compartir su cepillo de dientes


El cepillo de dientes fue estrenado por primera vez en 1961 por la compañía Ictus, obra que marcó la escena teatral chilena de esos años. Formaba parte de la tendencia artística llamada teatro del absurdo, corriente vanguardista en la época y de la que no se tenía rastro en los teatros chilenos.
Se denomina como teatro del absurdo al periodo entre 1940 y 1960 en el que se escribieron múltiples obras que tenían como característica crear un ambiente onírico con diálogos que carecían de significado, para cuestionar a la sociedad y el papel del hombre. La obra de Jorge Díaz no queda exenta de aquello.
Ante esto, uno podría previamente formular diferentes interrogantes como por qué llevar a cabo una obra de los años 60´ al escenario actual; qué impacto posee el teatro del absurdo en la escena contemporánea o qué significaría el cepillo de dientes en el año 2017 en comparación de su primer estreno.
Para responder estas preguntas se analizará la actual representación presentada en la sala Ana González del teatro Universidad Católica y dirigida por Álvaro Viguera.
La puesta en escena era fiel al texto, utilizaba los diálogos y acotaciones originales y la escenografía era similar a los trabajos de compañías anteriores (una mesa a la mitad del escenario y un baño en la esquina superior). La calidad actoral y vocal fue muy trabajada sin disminuir en la intención o volumen de la voz en ningún momento a pesar de la magnitud de la sala. Como elemento innovador, algunas secciones eran relatadas de manera cantada, lo cual añadió más simpatía y empatía con los personajes. Por lo tanto, se puede deducir que el director nos quiere demostrar que a pesar de tener más de 50 años, la obra genera el mismo impacto: un cuestionamiento a la sociedad burguesa basada en el consumismo, pues en las relaciones humanas los proyectos de pareja se plantean de la misma forma en que se formula un proyecto empresarial: llenos de desgaste, patrones comunes y en la dualidad de la pérdida/ganancia. En este contexto, la pareja de la obra sufre diferentes tipos de crisis por la rutina, la monotonía y la poca claridad sobre el futuro, ante esta inestabilidad logramos ver patrones de violencia, desesperación y humillación.
En el plano de la violencia, fuimos testigos de un femicidio en la mitad de la obra, llevado a cabo por el hombre (caracterizado como un sujeto controlador y que tenía el poder en la casa al ser el responsable de toda la economía del hogar) hacia su mujer (caracterizada como una ama de casa, aburrida de su vida y sometida a cumplir con todas las labores del hogar). Este hecho es imprescindible, pues pone en cuestionamiento nuevamente a la violencia de género con una escena directa que no generó mayor impacto en la audiencia, que lleva a preguntar si el machismo en el país sigue aún vigente a pesar de las nuevas reivindicaciones sociales y el nuevo rol de la mujer supuestamente lejano a la disidencia en que se encontraba en la década de los sesenta.

La figura de el cepillo de dientes, como dijo uno de los personajes, es “la única instancia de individualidad del hombre”, podríamos decir que esta connotación se mantiene hasta la fecha pues el sujeto actual es un trabajador explotado con una jornada laboral que inhibe la cercanía consigo mismo, lo que provoca un efecto espejo ya que en el mundo real, las peleas cotidianas, los proyectos de vida, las situaciones laborales, la sociedad de consumo, la política y la visión del futuro, al igual que los diálogos de la obra, es absurdo y tampoco posee coherencia. La necesidad de volver a montar la puesta es necesaria y debería ser tan impactante como en su estreno para tomar altura de mira y cambiar nuestra situación actual. Un trabajo exhibido con prolijidad y esfuerzo que finalizó con un fuerte aplauso.

Presagios del subsuelo

¿Qué? Qué es lo que escondes;
lo que exhibes, lo que inhalas,
lo que retiras, lo que mueves,
lo que debes, lo que temes,
lo que pecas, lo que justificas,
lo que sencillas, lo que complejas,
lo que creas, lo que destruyes,
lo que sí, lo que no.

No puedo tocar tu piel
sin anteponer una pregunta de vacancia
el vaivén de los cabellos
teme el no ser resuelto por un beso
Cada pregunta vacilante
tararea ante tus ojos quietos
presagio el fin al acercarme a esos labios
y el ocaso ante la primavera de tus manos

No hubo un día en donde no me preguntara por qué tu temor a las travesías y a los escalofríos.
Evidentemente no eres un personaje quieto, te veo merodear sin parar por cada cubículo y hostigarte de tantas situaciones revoltosas.
pero veo una parálisis de corazón: no explotas en risa, no mueres de vergüenza
no te sonrojas ni lloras como un pequeño.
Brota, lidia y grita, que ahí estaré, esperando por ti.