En el fondo, nadie quiere compartir su cepillo de dientes
El cepillo de dientes fue estrenado por primera vez en 1961
por la compañía Ictus, obra que marcó la escena teatral chilena de esos años.
Formaba parte de la tendencia artística llamada teatro del absurdo, corriente vanguardista
en la época y de la que no se tenía rastro en los teatros chilenos.
Se
denomina como teatro del absurdo al periodo entre 1940 y 1960 en el que se
escribieron múltiples obras que tenían como característica crear un ambiente
onírico con diálogos que carecían de significado, para cuestionar a la sociedad
y el papel del hombre. La obra de Jorge Díaz no queda exenta de aquello.
Ante
esto, uno podría previamente formular diferentes interrogantes como por qué
llevar a cabo una obra de los años 60´ al escenario actual; qué impacto posee
el teatro del absurdo en la escena contemporánea o qué significaría el cepillo
de dientes en el año 2017 en comparación de su primer estreno.
Para
responder estas preguntas se analizará la actual representación presentada en la
sala Ana González del teatro Universidad Católica y dirigida por Álvaro
Viguera.
La puesta en escena era fiel al texto, utilizaba los diálogos y acotaciones originales y la escenografía era similar a los trabajos de compañías anteriores (una mesa a la mitad del escenario y un baño en la esquina superior). La calidad actoral y vocal fue muy trabajada sin disminuir en la intención o volumen de la voz en ningún momento a pesar de la magnitud de la sala. Como elemento innovador, algunas secciones eran relatadas de manera cantada, lo cual añadió más simpatía y empatía con los personajes. Por lo tanto, se puede deducir que el director nos quiere demostrar que a pesar de tener más de 50 años, la obra genera el mismo impacto: un cuestionamiento a la sociedad burguesa basada en el consumismo, pues en las relaciones humanas los proyectos de pareja se plantean de la misma forma en que se formula un proyecto empresarial: llenos de desgaste, patrones comunes y en la dualidad de la pérdida/ganancia. En este contexto, la pareja de la obra sufre diferentes tipos de crisis por la rutina, la monotonía y la poca claridad sobre el futuro, ante esta inestabilidad logramos ver patrones de violencia, desesperación y humillación.
La puesta en escena era fiel al texto, utilizaba los diálogos y acotaciones originales y la escenografía era similar a los trabajos de compañías anteriores (una mesa a la mitad del escenario y un baño en la esquina superior). La calidad actoral y vocal fue muy trabajada sin disminuir en la intención o volumen de la voz en ningún momento a pesar de la magnitud de la sala. Como elemento innovador, algunas secciones eran relatadas de manera cantada, lo cual añadió más simpatía y empatía con los personajes. Por lo tanto, se puede deducir que el director nos quiere demostrar que a pesar de tener más de 50 años, la obra genera el mismo impacto: un cuestionamiento a la sociedad burguesa basada en el consumismo, pues en las relaciones humanas los proyectos de pareja se plantean de la misma forma en que se formula un proyecto empresarial: llenos de desgaste, patrones comunes y en la dualidad de la pérdida/ganancia. En este contexto, la pareja de la obra sufre diferentes tipos de crisis por la rutina, la monotonía y la poca claridad sobre el futuro, ante esta inestabilidad logramos ver patrones de violencia, desesperación y humillación.
En
el plano de la violencia, fuimos testigos de un femicidio en la mitad de la
obra, llevado a cabo por el hombre (caracterizado como un sujeto controlador y
que tenía el poder en la casa al ser el responsable de toda la economía del
hogar) hacia su mujer (caracterizada como una ama de casa, aburrida de su vida
y sometida a cumplir con todas las labores del hogar). Este hecho es
imprescindible, pues pone en cuestionamiento nuevamente a la violencia de
género con una escena directa que no generó mayor impacto en la audiencia, que
lleva a preguntar si el machismo en el país sigue aún vigente a pesar de las
nuevas reivindicaciones sociales y el nuevo rol de la mujer supuestamente
lejano a la disidencia en que se encontraba en la década de los sesenta.
La
figura de el cepillo de dientes, como dijo uno de los personajes, es “la única instancia
de individualidad del hombre”, podríamos decir que esta connotación se mantiene
hasta la fecha pues el sujeto actual es un trabajador explotado con una jornada
laboral que inhibe la cercanía consigo mismo, lo que provoca un efecto espejo
ya que en el mundo real, las peleas cotidianas, los proyectos de vida, las
situaciones laborales, la sociedad de consumo, la política y la visión del
futuro, al igual que los diálogos de la obra, es absurdo y tampoco posee
coherencia. La necesidad de volver a montar la puesta es necesaria y debería
ser tan impactante como en su estreno para tomar altura de mira y cambiar
nuestra situación actual. Un trabajo exhibido con prolijidad y esfuerzo que
finalizó con un fuerte aplauso.
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